Julia: todo por servir se acaba


Conocí a Julia en la fiesta de Navidad de mi trabajo. Estábamos sentados en la misma mesa y cuando me escuchó hablar sobre mi novia me preguntó:

—¿Estás enamorado?

—Sí —le contesté.

—Y, ¿cuánto llevas con ella? —siguió.

—Poco más de un año.

—Qué bueno —dijo ilusionada —. Me haces creer que sí existe el amor.

Le pregunté por qué lo decía y me contó que estaba a punto de cortar con su novio. Indagué un poco más; la fiesta ya estaba en sus últimas y yo, sobrio y aburrido. Julia me contó que había tenido un incidente menor con su pareja, mismo que había desatado toda una serie de cuestionamientos sobre su relación. La conclusión fue que ella sentía que algo le hacía falta, y aunque Guillermo, su novio, era bueno y la quería, Julia reconocía que se estaba conformando.

— Es un mal común— le dije —. Hay muchísimas personas estancadas en una buena relación que hace mucho tiempo dejó de ser increíble. Es como si hubieran dejado escapar a las mariposas del estómago.

En ese momento alguien se ofreció a llevarme a mi casa. Me acabé la cerveza que tenía en la mano, le di a Julia un abrazo de despedida y quedamos en retomar la plática cuando regresáramos de las vacaciones.

Llegó enero y Julia me fue a buscar destruida o, al menos, así me dijo que se sentía.

—Ya corté, estoy muy triste— dijo.

—Pues no se te ve —respondí.

Julia no parecía alterada, ni tampoco tenía los ojos hinchados como suelen tener las personas que lloran por varias horas. A diferencia de mí, ella es una persona optimista y soñadora. Se describe a sí misma como una romántica y lo refleja en su forma de vestir y en su actitud sobre la vida. Ambas despreocupadas y libres.

—No quiero volver a saber nada de un hombre jamás — exclamó mientras se llevaba una mano a la cara, dándole a su frase un tinte dramático.

— Eso no es cierto — la interrumpí —. Es justo lo opuesto a lo que realmente quieres.

— Extraño a Guillermo. ¿Podemos ir a comer? — me preguntó.

— Claro —contesté.

A la hora de la comida salimos de la oficina para ir a una calle que tiene varios restaurantes. Julia quería comida "gorda" y yo no objeté. Nos decidimos por una pizza completa y la acompañamos con un par de cervezas. Mientras yo devoraba mis rebanadas, ella me contó todo su rompimiento, pero con una peculiaridad: en sus palabras no se escuchaba ni una pizca de dolor. Julia narró su historia aliviada. Me platicó de su ahora ex y de lo bien que se la pasaron mientras estuvieron juntos, siempre conjugando sus palabras en pretérito. No era que no lo extrañara, sino que se dio cuenta que estaba mejor sin él.

El amor, como todo en esta vida, llega a un punto donde se marchita, se deslava y lo que alguna vez fue emocionante se convierte en rutina. En un instante de lucidez uno puede darse cuenta que la persona con la que está, ya no es tan buena como lo fue al principio y, que en el balance de las cosas, genera más desgaste que satisfacción. Cuando ocurre, la salida fácil es dejarlo pasar, con la falsa esperanza que mejorará, pero lo ideal es ser valiente para dar los pasos necesarios y tomar las acciones pertinentes. Sí, la soledad asusta, pero es el precio que hay que pagar por el no conformismo, por encontrar alguien mejor. Además, durante ese tiempo no hay porqué pasarla mal.

—¿Sabes lo que necesitas? — pregunté cuando terminó de contarme. Aferrada a su historia, Julia apenas y había tocado su comida.

—¿Qué? — contestó.

— Un amante — sugerí.

(Continuará...)

Twitter: @AnjoNava

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