Elena: sobreviviendo una relación larga

Nunca aprendí a denominar a la década que corrió de los años 2000 a 2009. ¿Fueron los dosmiles? ¿Los años 2000? En fin, para mí ese período representó un montón de aprendizajes, en especial, a cómo mantener una relación estable. El mundo no la tuvo fácil en esos tiempos, y en un marco de guerras, crisis económicas y estancamientos sociales, definitivamente era mejor estar acompañado.

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Por ahí del 2003 mi exnovia —que en ese momento aún era mi novia— y yo llevábamos cinco años de estar juntos, una eternidad para un par de jóvenes de veintitantos años de edad. Juntos descubrimos varios trucos para seguir inyectándole combustible a nuestra relación, para hacerle frente a la rutina y no permitir que se estancara. Uno de ellos fue hacernos de un grupo de amigos que compartiera nuestra misma situación, que estuvieran involucrados en un noviazgo de mucho tiempo.

Los círculos de parejas son como grupos de autoayuda para aquellos que ya encontraron el amor o, por lo menos, así lo creen. Para esa gente que ha renunciado a la soltería y busca todo tipo de recomendaciones de cosas para compartir con el ser amado, desde películas, restaurantes, lugares donde podrán casarse algún día, destinos turísticos y hasta hoteles de paso.

Mi ex y yo pertenecíamos a un grupo que era tan cercano como nuestras propias familias nucleares; lo integraban otras tres o cuatro parejas que veíamos al menos dos veces por semana. Organizábamos reuniones caseras y jugábamos juegos de mesa. En ocasiones especiales y celebraciones visitábamos restaurantes y bares, tratando de evitar aquellos que estuvieran de moda. Éramos un grupo de jóvenes llevando la vida de nuestros padres.

De este círculo, la pareja con la que mejor nos llevábamos era la de Elena, la mejor amiga de mi ex, y su novio Rubén, un médico forense que conoció por ICQ. Ellos formalizaron su relación un año después que nosotros. Rubén era un tipo raro pero bueno, de estatura media y muy fornido. Tenía una frente pronunciada, que anunciaba una inminente calvicie, y se aferraba al poco pelo que le quedaba dejándolo crecer a la altura de los hombros, para después atarlo a una cola de caballo que jamás se deshacía. Él amaba profundamente a Elena y se desvivía por ella, pero tenía dos grandes problemas: olía mal y nunca hablaba.

El primero se debía a su profesión. Rubén trabajaba en la morgue de la universidad donde estudiaba medicina. Se encargaba de preparar a los cadáveres para los alumnos de primer año, por lo que su ropa quedaba impregnada con un aroma que ni las lavanderías más sofisticadas podían quitar. La única solución era tirar prendas de su vestuario, según su propia economía le permitiera reemplazar.

El segundo era algo más difícil de resolver. En las reuniones que organizábamos las personalidades de Elena y Rubén se contraponían radicalmente. Ella reía, hablaba y opinaba; participaba y proponía; socializaba y se entusiasmaba cuando una nueva pareja llegaba al grupo. Elena le ponía sabor a su relación y él se encargaba de quitársela.

Un día estábamos todos jugando póker en el comedor de casa de los papás de mi ex.

—Rubi, te toca —le dijo Elena a su novio.
—Paso —dijo él con una voz ensimismada y casi imperceptible.
—Vas, Rubén —le recordó mi ex.
—Ya pasó —intervino Elena por él.

De no haber sido por Elena, nunca hubiéramos sabido lo que Rubén pensaba o creía. Su relación era como la de un ventrílocuo que le da vida a un títere.

En una ocasión quedamos de ir los cuatro al cine. Mi ex y yo pasamos por Elena porque Rubén se había atrasado en el trabajo. Parecía ser que una de las estudiantes de anatomía se había desmayado al ver uno de los cuerpos y, al caer al suelo, derribó la plancha volcando un cadáver sobre ella.

—¿Y tú por qué tenías que consolarla? —le reclamaba Elena, molesta, por teléfono.

En la fila de las palomitas mi ex y yo nos mirábamos como un par de niños presenciando una pelea entre sus padres. Cuando por fin colgó nos dijo resignada:

—Hay que entrar a la sala, Rubi llegará más tarde.
—Oye, Elena, ¿te puedo hacer una pregunta? —le contesté.
—Claro, Anjo —respondió, al tiempo que mi ex me miraba intrigada.
—¿Por qué estás con él? —le pregunté—. Rubén es un muy buen tipo, pero ustedes no tienen nada en común.
—Es muy lindo, ya lo conocerán —respondió.
Lo conocemos hace cuatro años —dije yo, ganándome un codazo de mi ex en las costillas.

Entramos a la sala y tomamos nuestros lugares para ver la conclusión de la serie del "Señor de los Anillos". Una hora y media más tarde, en medio de una pelea épica, la sala fue invadida por un olor terrible. Parecía como si un orco se hubiera salido de la pantalla y se hubiera sentado junto a nosotros.

—Rubi, qué bueno que llegaste —susurró Elena.

(Continuará...)

Twitter: @AnjoNava

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