#CDMA: A las malas relaciones hay que apagarles el interruptor

Tengo que confesar que dormí con la luz de mi recámara prendida hasta los nueve años de edad. Nunca escuché ningún ruido extraño que me asustara ni vi películas de terror —sigo sin entenderlas— que me hicieran pensar en las cosas terribles que me acecharían por la noche. Simplemente encontraba a la oscuridad un refugio para mi ansiedad infantil.

Por fortuna mis padres siempre se mostraron condescendientes con el tema y, si yo así lo prefería, me dejaban permanecer con el cuarto iluminado todo el tiempo que quisiera. En las noches se asomaban y, si me veían que ya había caído profundo, lo apagaban; si no, podía quedarse así hasta el amanecer. Por supuesto que me molestaba tener un reflector alumbrándome el rostro, pero esta incomodidad no se comparaba con la sensación de estar ahí, en ese limbo de tinieblas, sin constatar aquello que me rodeaba.

El miedo que sentíamos de niños a la oscuridad es muy parecido al que tenemos a la soledad.
El miedo que sentíamos de niños a la oscuridad es muy parecido al que tenemos a la soledad.



Recuerdo perfecto el día que lo superé. Tras darme las buenas noches, y antes de que saliera de la habitación, le dije a mi madre si podía apagar la luz. Sin decir nada y con una notable sonrisa, lo hizo y me dejó solo en la oscuridad. Fue una de las mejores noches de mi vida.

Después entendí el origen del miedo que sentía de niño. Era uno muy común y que se puede presentar en prácticamente cualquier cosa. Se trata del miedo a lo desconocido. Al crecer aprendemos, noche tras noche, que en los armarios y debajo de la cama no habitan monstruos que nos devorarán mientras dormimos, aunque volvemos a caer en circunstancias similares a lo largo de la vida. Momentos en los que nos volvemos a sentir atrapados frente a un miedo que domina nuestras acciones.

La soledad es una instancia que al pronunciarse suena terrible. De hecho, parece algo que se le desea a alguien por quien se siente desprecio. He escuchado decenas de historias de personas que permanecen en relaciones negativas, sabiendo que sus parejas distan profundamente del compañero idóneo con el que sueñan pasar sus vidas, soportando abusos constantes de diferentes índoles y preguntándose el porqué de su permanencia. Historias que son planteadas como incógnitas, aunque todas se resuelven de la misma forma. Una solución que es conocida por todas sus protagonistas, pero que optan por no realizarla. Saben que se tienen que ir, que lo tienen que dejar y, aun así, no lo hacen porque tienen miedo.

Como un niño que no puede ver lo que sucede en su habitación cuando se apagan las luces, estas personas sufren un temor a lo desconocido, a no saber lo que les deparará la soledad. Pueden disfrazarlo de mil formas, decir que no quieren lastimar a su pareja, que los hacen por los hijos (en caso de que los haya) o poner mil pretextos que terminan por creerse solo ellos.

Aquellas personas que pasan por algo así, que quieren dar el paso pero que no saben cómo hacerlo, al igual que esa criatura a la que le aterra dormir en la penumbra, la única forma para enfrentar el miedo es decidirse, ponerse de pie, caminar hasta el interruptor y bajarlo. Al regresar a su lecho y acostarse, comprobarán que todo va a estar bien.

@AnjoNava 

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