Anuncios

#CDMA: El amor práctico no es obligación

De un tiempo a la fecha me he dado cuenta de que existen dos tipos de amor romántico en las mentes de las personas. Uno es con el que soñamos, ese que sale en películas, novelas y que ha inspirado tantas canciones y poemas. Este es el amor en el que, como la religión, nos enseñan a creer, aun cuando no haya mucha evidencia a nuestro alrededor para hacerlo. Es un ideal prototípico, bastante fantasioso y, por qué no decirlo, fastidioso. Es el que origina la cursilería y el resto de los estigmas relacionados sentimentalismos baratos.

El amor práctico no es obligatorio
El amor práctico no es obligatorio

Por otro lado está el amor práctico, el que no es arrebato sino decisión. Aquel que posee una finalidad manifiesta y explícita. Es el tipo de amor que no es espontáneo ni casual, por lo que no se encuentra sino que se persigue. Es el que provoca relaciones fuertes y encaminadas a un mismo objetivo, que las alimenta y propulsa como el motor de un trasatlántico. El que practica solo un nicho de individuos y que los tiene sin cuidado lo que los demás piensen de ellos. No son modelos ni lo quieren ser, pero en el fondo causan envidia de quienes los terminan por conocer.

Andrea es una mujer que cae con exactitud en esta segunda definición. Tiene poco tiempo que me la presentó mi amiga Brenda. Fue un día en el que ellas tenían un plan para comer y yo, que detesto hacerlo con el resto de los oficinistas de mi trabajo, me les uní. Al principio, como suele pasar cuando han transcurrido apenas unos minutos y todo es incomodidad y desconfianza, la conversación giró entorno a trivialidades como el clima o los gustos y preferencias alimenticias que detona el mirar una carta. Pero las personas pragmáticas no tienen tiempo para inseguridades o vergüenzas. Antes de que llegara el primer platillo, la mesa se había llenado de confesiones.

Entre ellas Andrea habló de un problema que tenía con su novio que, principalmente, giraba alrededor del futuro. Tras cuatro años de relación y estar próxima a cumplir 30, ella sentía una gran presión, como la de una pistola sobre la sien, por no haberse casado todavía. Estaba segura de que la mejor forma de hacer reaccionar a su novio era transferir un poco de su propia angustia al intimidarlo con una amenaza de terminar la relación.

Todos los argumentos que le di al respecto, sobre lo irrelevante que son esas nociones prehistóricas que afirman que la gente debe de contraer matrimonio antes de cierta edad, pasaron inadvertidas. Ella estaba convencida de que era algo que tenía que hacer y la idea de no concretarlo la afligía.

Fue cuando descubrí que no era un capricho en sí lo que la ponía nerviosa, sino el querer hacerlo con esa pareja en particular. Entendí que Andrea necesitaba una especie de seguro que garantizara su porvenir con él. No era como las otras chicas que sueñan con vestirse de blanco y tener una ceremonia frente a todos sus familiares y amigos, por el simple hecho de que suceda. No, ella lo que buscaba era amarrar a ese novio, a su novio.

Dado que admiro a las personas decididas que no se andan con niñerías, quise ayudarla al sugerirle plantear un ultimátum subliminal a su pareja. Es decir, no amenazarlo ni imponerle dar un paso hacia el compromiso que busca, sino manifestar de forma directa y contundente su sentir, dejar que él asimile la información y actúe en consecuencia. Ella, por su lado, tendría que fijar una fecha límite en su mente. Al vencerse el tiempo y de no haber todavía señales claras del rumbo que seguirá el noviazgo, entonces podría tomar el tipo de determinación que había pensado antes para terminar el asunto. Pero no con el fin de ejercer su postura, sino para no perder más tiempo en algo que no la llevará a su meta. Lo práctico no excluye dejar que las cosas sucedan por sí solas.

En el amor, aún cuando las personas tienen una visión clara de lo que quieren, vacilan con un sin fin de formas de comunicarlas. Las rodean, buscan pretextos, dan largas y acaban presionando en todas las direcciones menos en la correcta. Con este comportamiento lo único que logran es esquizofrenizar a la pareja y si ésta cede, lo hará por confusión y no por convicción. Al final terminan despojándola del carácter y todo el grupo de bondades que encontraron atractivas en un inicio, con tal de lograr su propósito. Olvidan que en el amor real, el que es conveniente y poderoso, la distancia más corta entre dos puntos es la recta.

@AnjoNava