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El 14 de febrero es una patraña publicitaria

Los que dicen que el 14 de febrero es solo un pretexto publicitario tienen razón.
Los que dicen que el 14 de febrero es solo un pretexto publicitario tienen razón.

Tengo algo así como 12 años dedicándome a la publicidad. Soy uno de los tantos tipos que escriben esos anuncios que nadie quiere ver. Me pagan por interrumpir las actividades que realiza la gente —como ver la televisión, entrar a Twitter, leer una revista o conducir por una vía rápida— para tratarles de vender un producto.

Podría pensarse que lo que mis colegas y yo hacemos es algo que se acerca a lo inmoral, pero en realidad, si no fuera por todos esos mensajes comerciales que ideamos, difícilmente existirían los programas, redes sociales y autopistas. Por desgracia, la publicidad financia un sin número de proyectos, contenidos e ideas. Es la forma que encontró la sociedad capitalista para dar a conocer los artículos y servicios que las diferentes empresas ofrecen y hay que vivir con ello.

Eso no quiere decir que me siento orgulloso de lo que hago. En absoluto. Siempre digo que la publicidad es algo muy cercano a trabajar en una carnicería. Uno ve sangre derramarse todo el tiempo: individuos talentosos son desplazados por otros cuya única capacidad es saber adular a sus jefes; ideas geniales de un equipo son aplastadas por la soberbia de un solo hombre; un caudal de celos, rencillas y envidias que desemboca en los más viles desvalijamientos, desde morales, hasta intelectuales...

A quienes siguen la serie Mad Men y no tienen contacto con esta industria, les puedo decir que lo único que ha cambiado en 50 años es que ya no está permitido beber alcohol con el mismo cinismo que antes. Si aún pasara eso, sería más puntual para llegar a la oficina.

Pero no todo está mal con la publicidad. En mi caso me ha dado amigos entrañables, miles de herramientas de apreciación, conocimientos técnicos, la capacidad de sobreponerme a condiciones extremas de trabajo —como filmar un comercial por más de 24 horas— y otras lecciones de vida valiosas. Entre estas últimas nunca olvidaré una frase que le escuché decir a un Director Creativo, que seguramente se robó de alguien más. Después de presentarle ideas para una campaña y que él acabara con ellas en un segundo, al tratar de defenderlas me interrumpió:

"Nosotros vendemos patrañas, no las compramos".

Ese día entendí que ni siquiera quienes habían alcanzado un cierto prestigio en el gremio creían en el producto de su esfuerzo.

También, desde que soy publicista dejé de festejar el 14 de febrero. Me di cuenta de que todos los que han acusado la fecha de ser un mero pretexto comercial que incentiva el consumismo y el despilfarro tenían razón. Pero más allá de eso, entendí que el Día del Amor fue un inventó más de algún compañero de profesión en algún otro país, en algún otro momento, que había sido comisionado por alguna marca para incrementar sus ventas; que la ocasión nada tenía que ver con el amor y, en cambio, era una mera práctica exitosa, probablemente premiada, con increíbles retornos de inversión.

Si viviera el creativo original al que se le ocurrió ligar a un santo, Valentín, con el día de los enamorados, al quien se le atribuye una derrama económica multimillonaria a nivel mundial, al responsable de que las industrias de los globos y los chocolates vendan en un día lo que no en 364, ¿qué pensaría de su creación? ¿Celebraría el 14 de febrero o seguiría las enseñanzas de los sabios de la publicidad y no compraría sus propias patrañas?

@AnjoNava

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