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#CDMA: Elige tus batallas

Amo profundamente a mi madre, pero cada vez que hablamos o interactuamos de alguna forma, nuestras intempestivas, intolerantes e intensas formas de ser nos orillan a tener discusiones vehementes que en más de una ocasión terminan en alguno de los dos colgándole el teléfono al otro e incluso dando media vuelta y salir huyendo del lugar en el que estamos. Por supuesto que siempre hay una llamada reconciliatoria en la cual se intercambian las respectivas disculpas, las múltiples manifestaciones de cariño y, por qué no, alguna que otra reclamación que no salió a la luz durante la pelea inicial.

El coleccionar pequeñas riñas, puede desencadenar en un problema mayúsculo.
El coleccionar pequeñas riñas, puede desencadenar en un problema mayúsculo.

Saco a colación el tema no porque tenga “mamitis”, sino porque mi progenitoraes la persona con la que más peleo sobre idioteces en el mundo, pero por ese mismo lazo que nos unetambién nos sentimos obligados a arreglar nuestras diferencias. Las parejas sentimentales, en cambio, no gozan de esta ventaja, no sienten la urgencia de tener que resolver los conflictos, porque siempre existe la opción de disolver la relación. No importa que haya otro tipo de compromisos más estables de por medio, como el matrimonio o el compartir juntos una vivienda, cada uno de ellos es vulnerable a la ruptura definitiva y permanente.

Por un segundo recapitulemos las últimas cinco razones por las que nos peleamos con nuestra pareja. Estoy prácticamente seguro de que al menos cuatro fueron detonadas por trivialidades insignificantes que en el panorama general de las cosas no tendrían ningún tipo de impacto. Sin embargo, el cúmulo de las mismas, de coleccionar pequeñas riñas, puede desencadenar un problema mayúsculo. Es como una presa agredida por la incansable furia del cause de un océano. Llega un punto que por más sólida que sea, si los embates no ceden, tarde o temprano, se agrietará y reventará.

Hace años encontré una solución al respecto, en las sabias palabras que me dijo mi exnovia Ana al ver el tipo de convivencia que mantenía con mi madre. En aquella época yo aún vivía con mis padres, por lo que los encontronazos eran todavía más frecuentes. Además ninguno de los dos teníamos recelo alguno por desenfundar nuestro arsenal bélico frente a Ana o cualquier otro espectador inocente junto a nosotros, por lo que las peleas provocaban constantes víctimas de guerra. Un día mi entonces novia, llena de claridad y mesura me explicó:

Nunca vas a ganar. Es tu mamá y siempre perderás. No importa que tengas la razón o que ella te incrimine de una injusticia. Vas a perder. Por lo tanto, lo mejor es que escojas bien tus batallas. No pierdas el tiempo con las pequeñas e intranscendentes. Mejor ignórala y sigue adelante.

Recuerdo que ni siquiera pude contestar ante tanta verdad. Y es un consejo que seguí en el resto de mis relaciones, en la que sostuve con Ana y todas las que le siguieron. Me di cuenta de que las peleas no eran problema ni solución, sino válvula de escape de frustración acumulada, y lo que las generaban no iba a cambiar a menos que yo hiciera algo por ello.

Creo que pelear es sano. El secreto, como me enseñó Ana, está en elegir aquellas que sí resolverán un problema o manifestarán una diferencia importante. Las únicas luchas que valen la pena son las que producirán un cambio.

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