¿Leche? No, gracias

El deterioro que causan los lácteos en la salud está largamente demostrado y documentado.

En la web del Comité de Médicos por una Medicina Responsable hay infinidad de estudios médicos que dan cuenta de los muchos riesgos que supone el consumo de leche.

El 90% de las proteínas contenidas en la leche es Caseína, que en la industria es utilizada como pegamento, lo cual hace de los lácteos un eficaz medio de empastamiento de los intestinos que obstruye la vellosidad intestinal e impide de esa forma absorber vitaminas y otros nutrientes, y dando sustrato y alimento a multitud de parásitos.

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Si se leen estos estudios médicos se accede a una información que ninguno de los grandes medios de comunicación divulga: los lácteos contienen pesticidas, hormonas, antibióticos, metales, detergentes, micotoxinas y dioxinas... Las hormonas de la leche vacuna, añadidas artificialmente para aumentar la producción, causan toda clase de desbarajustes hormonales, afectan la tiroides y las mamas.

Los lácteos son altamente mucogénicos; esto significa que la mucosa que producen en los intestinos predispone a todo tipo de infección de las mucosas: de oído, resfríos, y enfermedades relacionadas.

Contrariamente a lo que se cree consumir leche y sus derivados descalcifica, porque es un alimento esencialmente graso. Las grasas están formadas por ácidos grasos, cuyo metabolismo es acidificante: un complejo proceso que realizan algunas bacterias y hongos y que produce coágulos (yogur), que aumenta la acidez y da energía a hongos, parásitos y células cancerosas. En otras palabras, consumir lácteos acidifica nuestro cuerpo, y la respuesta orgánica es extraer el calcio de huesos y dientes para mantener nuestro PH.

El Calcio de la leche no sólo no se absorbe sino que forma cristales en los órganos de filtración (riñones, hígado) .

A veces pienso que es mejor no saber. Pero ahora que lo sé digo: ¿leche? No, gracias.

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