El placer de ser raro
Mi vida está en la etapa de las bodas y las primeras casas de las nuevas parejas. Es como la visita de las siete casas en peregrinación para que la orgullosa pareja abre las puertas a su nuevo “nido”. Pero, hace un par de días me di cuenta que después de la tercera casa ya ninguna me sorprende. Escomo si de antemano pudiera adivinar cómo será la siguiente, y la siguiente (de algunos de mis amigos, excluyo a los “creativos”, que son harina de otro costal).
No estoy aquí para hablarles de cómo decorar, o de cuáles son las reglas ideales de color a la hora de pintar las paredes, sino de la tan aclamada “normalidad”.
Explico, todas estas nuevas casas son algo así: colores neutros, paredes lisas y conjugando los mismos tonos; libreros originales plagados de objetos y algún libro meramente ornamental; persianas o cortinas blancas o beige; lámparas de luces indirectas; si tienes suerte algún puff igual de minimalista para “estar cómodo viendo la tele”; las mesas para comer son de madera con planchas de vidrio, o son de metal con planchas de “madera”. Y en general la mayoría son "la misma casa pero algo diferente", porque una tiene los sofás color beige y la mesa café, y otra tiene los sofás beige y la mesa café. Todas parecen casas de revista, acogedoras y extremadamente normales. Y luego me atrevo a preguntar cuál es su mueble favorito, y sus dueños no saben qué decir (a veces hasta parece que es el mueble que recién llegó a la misma tienda de donde salió todo lo demás).
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Después mi casa, a la que tanto me gusta llegar, es un mar de colores y formas: paredes blancas y verdes (que son pizarrones); libreros hechos con viejas cajas de frutas que recliclamos y pintamos repletos de libros que o estoy leyendo, o estoy por leer, o me prestaron o estoy por prestar (nada es un adorno); una sala que, según el sofá que mires es negra, roja o floreada y una mesa de centro que es en realidad un viejo baúl verde que recogimos tras ser abandonado en una calle de Madrid; cortinas que mandamos hacer con tela que parece un viejo collage de periódicos; una lámpara industrial amarilla que alguien abandonó en una obra; una hamaca chiapaneca para ver la tele o dormir las mejores siestas; y la mesa para comer está hecha a partir de pallets que desarmamos, volvimos a armar y luego pintamos. Mi mueble favorito, es ese cajón de herramientas rojo que, aunque extraño, encaja perfectamente con todo lo demás.
Aquí también hubo reuniones para “presentar nuestro espacio”, y esos amigos de casas normales suelen sonreír y en ocasiones decir “Jamás pensé que estas cosas pudieran combinar juntas…Es tan ustedes…” Bien pudieron decir “su casa es tan anormal como ustedes”, y en lugar de sentirme ofendida en realidad sonrío. No por ser anormal, sino por el placer que existe en esto de ser un tanto atípica o rara.