Propósito de 2015: no hacer dieta

Ponerse a dieta y hacer ejercicio son dos de los propósitos de año nuevo más comunes, sobre todo después de las fiestas. Los consultorios de los nutriólogos y los gimnasios hacen su agosto en enero, sin embargo, las intenciones de mucha gente no se sostienen más que un par de meses porque, en el fondo, lo que persiste es una mala relación con la comida. Contar calorías, preocuparse por los kilos a cada bocado, comparar nuestro cuerpo con el de otros o hacer dietas exprés para compensar los excesos se han integrado a nuestro pensamiento como prácticas “saludables”, sin embargo, suelen encubrir una insatisfacción más profunda.

El hacer dieta y otras prácticas saludables suelen encubrir una insatisfacción más profunda.
El hacer dieta y otras prácticas saludables suelen encubrir una insatisfacción más profunda.

 

Resistencia a perder peso

El antropólogo Marvin Harris, en el libro Nuestra especie, dice lo siguiente: "Las dietas sirven de entrenamiento al organismo para mejorar su eficacia como máquina energética. Como consecuencia de ello, estar continuamente a dieta es como subir una piedra por una cuesta que se empina a medida que empujamos la piedra". En otras palabras, cada vez que hacemos una dieta, nuestro cuerpo entiende que estamos en un periodo de hambre similar al que vivieron nuestros ancestros en la era glacial o en los largos periodos de sequía: la restricción de comida activa el mecanismo de reserva. Una dieta temporal o un régimen de ejercicio demandante no forman parte de nuestro día a día, por lo tanto, ponen al cuerpo en un estado de estrés; cuando la dieta termina o el entrenamiento se interrumpe, el cuerpo no sólo recupera lo que perdió sino que busca generar más reservas “por si acaso” llegara otro periodo de restricción. Entre más estricta sea la dieta (o el ejercicio), el cuerpo genera más resistencia y perfecciona su mecanismo de almacenamiento de grasa.

Entre más dietas hagas y más estrictas sean, la resistencia a perder peso aumenta.
Entre más dietas hagas y más estrictas sean, la resistencia a perder peso aumenta.

Es importante comprender que la comida no es el enemigo, lo que suscita nuestra mala relación con ella es la idea que tenemos del cuerpo. Sí, es necesario ponerse en movimiento y cuidar lo que comemos no sólo en enero sino todos los días de nuestra vida; si siempre hay nutrientes disponibles, nuestro cuerpo no tendría por qué almacenar energía, de ahí la importancia de comer alimentos de alta calidad nutricional. De manera paralela, es necesario trabajar con nuestras creencias acerca del cuerpo y la comida; es cierto que las calorías son más baratas, pero la ilusión de ahorro se termina al cabo de los años cuando las carencias nos llevan a pagar tratamientos, medicamentos y hospitales.

 

 

 

 

Una buena relación

Conecta con tu cuerpo. Cuando nuestra atención está dirigida hacia lo que piensan los demás, resulta bastante difícil conectar con las sensaciones físicas, no sabemos cuándo estamos satisfechos, qué nos gusta o qué nos desagrada. ¿Cuándo fue la última vez que probaste algo nuevo? ¿Tú decidiste que te gustaba el pollo o lo comes porque eso te dijeron que era bueno?

¿Cómo sería tu experiencia si en lugar de contar calorías, comieras con todos tus sentidos?
¿Cómo sería tu experiencia si en lugar de contar calorías, comieras con todos tus sentidos?

Contar calorías y grasas no te conecta con la riqueza de la experiencia nutricional y placentera, más bien, la convierte en una experiencia matemática y moralista que nos deja incompletos e insatisfechos. ¿Cómo sería tu experiencia si en lugar de contar calorías, comieras con todos tus sentidos, identificando lentamente cada uno de los sabores y las texturas de un platillo?

Aunque no lo creas, para llevar a cabo el ciclo de la nutrición, el cerebro requiere completar una serie de estímulos que incluyen sabor, placer, aroma y satisfacción. Cada uno detona las enzimas necesarias para digerir correctamente. Comer demasiado rápido, negarnos el disfrute o no percibir con todos los sentidos lo que comemos hace que nuestro cerebro perciba una experiencia incompleta. Por lo tanto, pedirá más comida para completarla. Lo mismo ocurre con la culpa y la vergüenza, porque bloquean esa satisfacción que buscábamos.

El concepto que tenemos de nuestro cuerpo determina nuestra relación con la comida. ¿Lo odias, no te gusta, lo usas, lo respetas, lo amas? Ante todo, recuerda que la división entre cuerpo, mente y espíritu es una ilusión. Tus emociones están conectadas con tu pensamiento, tu diálogo interior se traduce en sensaciones y estados físicos, lo que comes (su origen, su valor nutricional, el sabor y las manos que lo prepararon) tiene una relación directa con el valor que le das a tu cuerpo. ¿Lo amas temporalmente? ¿Lo sometes a regímenes agresivos para obtener aprobación social? ¿Respetas tus ciclos y te alimentas con comida nutritiva y rica a diario?

La comida es un parámetro de realidad; lo que comes es un reflejo de tu relación contigo mismo. Es tan importante ponerte límites como hacer concesiones; puedes comer lo que quieras y cuando quieras si tu base cotidiana es amorosa y saludable, si eres auto referente sabrás lo que te hace sentir sano, contento y lleno de energía. Disfrutar de la comida sin castigarte es sinónimo de madurez. Elegir cómo y qué comes de manera consciente no sólo transformará tu cuerpo de por vida, también te hará vivir de manera distinta el placer, la satisfacción, el acto de compartir y el amor a ti mismo.

@luzaenlinea

 

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