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¿Por qué no leemos?

Tenía seis o siete años cuando aprendí a leer. Recuerdo con claridad mi primer asombro: conforme las letras se convertían en frases ante a mis ojos, en mi mente aparecía una película y podía sentir lo que esos personajes sentían. Miedo, alegría, duda, enojo, en situaciones e intensidades antes desconocidas para mí. Treinta años después no he perdido la sorpresa. Todavía me ocurre que si una historia me atrapa, aunque cierre el libro para continuar mis tareas diarias, la emoción y las preguntas que me despiertan los personajes se quedan conmigo hasta la siguiente lectura, transformándome en el proceso.

¿Por qué no leemos si todo el mundo nos dice que es maravilloso?
¿Por qué no leemos si todo el mundo nos dice que es maravilloso?

Cuando empecé a definir lo que más me gustaba hacer en la vida, elegí las letras porque hacían más intensa la experiencia de explorar la realidad y me ayudaban entender su complejidad. Luego descubrí que al escribir también se transformaba mi mundo, porque el que veo no me gusta, no me basta, no me conforma ni me contiene. Aunque tengo la fortuna de ganarme la vida practicando el oficio de la lectura y la escritura, no tengo una respuesta definitiva para la pregunta inicial.

¿Por qué no leemos?

Escribo párrafos enteros tratando de descifrar la situación lectora del país en el que vivo. Los borro y me quedo con algunos hechos: el presidente no puede nombrar ni tres libros; la realidad es lo que pasa por el filtro de la televisora oficialista, la educadora del 90% de los hogares; los maestros son sistemáticamente maltratados por las autoridades y menospreciados por los padres de familia, muchos de los cuales tampoco tienen las herramientas para inculcar en sus hijos el gusto por la lectura, quizás porque ellos mismos no leen. Se compran libros, se promueven, se editan, se comericalizan. Pero en México se lee poco y se comprende menos.

Beatriz Donnet, autora, académica y catedrática del II Seminario de Promotores de la Lectura, coincide con muchos especialistas al decir que la lectura es una afición que debe “contagiarse”. Sin embargo, muchos padres no tienen tiempo de leer o simplemente no les gusta. Donnet hace hincapié en que no se debe avergonzar o exponer a esos padres, porque quizás ellos tampoco tuvieron a alguien que los guiara para iniciarse en ese viaje.

Pienso en mi caso. ¿Quién fue mi guía? Dato importante: en casa había pocas horas para ver tele y libros disponibles. Más importante: había hermanos, con ellos platicaba sobre lo que leíamos; siempre ha sido un lazo que nos une en las vacaciones y los viajes largos, por ejemplo. Continúo con mis maestros de secundaria, quienes se esforzaron en llevar la lectura más allá del plan de estudios. A veces dividían el salón en dos y nos ponían a debatir si era justificable la matanza entre las familias de Romeo y Julieta, por ejemplo, o nos pedían que comparáramos nuestra realidad con la que aparecía en Un mundo feliz.

En las conversaciones con mis hermanos y las discusiones con los compañeros de clase compartíamos los que sentíamos y lo que las historias nos hacían pensar. Que yo recuerde, leer nunca se trataba de ser una mejor persona, a nadie le importaba el rol “edificante” de la lectura. El libro era tan amoral como el microscopio, una lente más para mirar el mundo desde otra perspectiva. Lo importante (incluso desde antes de que existiera la letra escrita) siempre ha sido la conversación que se da después de la lectura, porque ésta socializa la experiencia y construye vínculos.

En eso coincido con Beatriz Donnet, quien dice que leer “con los hijos, leer en casa puede convertirse en un extraordinario puente de comunicación intergeneracional, una manera de pasar buenos momentos y de crear hermosos recuerdos. La vida moderna, tan ajetreada, tan cansada, tan exigente está dejando poco tiempo para la convivencia familiar: tal vez la lectura puede ser este último vínculo”.

Leer es más que un acto edificante, compartir historias genera vínculos.
Leer es más que un acto edificante, compartir historias genera vínculos.

Y si es tan extraordinario, ¿por qué cada vez leemos menos libros? Con el tiempo he aprendido que el mundo es una idea múltiple, que eso que llamamos "realidad" es sólo la coincidencia de dos o más presencias en un mismo espacio-tiempo. En la realidad que conozco, la gente no lee por los siguientes motivos:

1. Porque le meten la lectura como si fuera supositorio: “no es divertido (como si todo en la vida debiera ser Dinseylandia), pero te hace bien”.

2. Porque desde la realidad de un país colonizado, quienes tienen la suerte de leer un poco más que sus pares, de pronto se pierden en los privilegios del estatus intelectual y miran por encima del hombro a quienes no tienen “su nivel” de lectura. Muchos de los intelectuales que fungen como promotores de la lectura no se dan cuenta que están parados en una suerte de pedestal, y desde ahí sus propuestas generan rechazo.

3. Porque ahí donde alguna vez hubo libros, ahora hay una pantalla plana que el gobierno le obsequió a la familia a cambio de su voto.

4. Porque el sistema de circulación de libros está movido por compromisos comerciales muy similares a los de la televisión.

5. Porque en las escuelas públicas simplemente no hay libros ni herramientas pedagógicas para sociabilizar el vínculo que genera una lectura.

6. Porque en un mundo donde se promueven la velocidad y la comodidad por encima de la conciencia o la experiencia personal, “leer toma más tiempo que ver una película” (y otras comparaciones igual de absurdas).

7. Porque los libros no son como las caricaturas, los sitios de chismes o los videos virales donde "lo divertido" es burlarse de los otros. Porque vivimos en una sociedad cuyas conversaciones giran en torno a la humillación ajena.

8. ¿Faltó algún motivo? Cuéntanos.

Leer es elegir qué leer. No es lo mismo decir “leí el manual de instalación de la lavadora” que “leí El viejo y el mar” o “¿Quién se ha robado mi queso?”. Hay lecturas para informarnos, hay lecturas para evadirnos, hay lecturas para transformarnos. Yo prefiero las últimas porque construyen un mundo cuyos habitantes alimentan mi curiosidad al permitirme entrar en su piel, y despiertan mi compasión cuando conozco sus motivos. Esas lecturas abren la posibilidad de descubrir que los seres humanos somos más complejos que “los buenos” y “los malos”. Porque la lectura de una historia nos plantea preguntas sobre el mundo y sobre nosotros mismos.

No creo que la lectura sea "edificante" por sí misma. Estrictamente, nada lo es. Pero luego veo a los chicos maltratarse mutuamente en las escuelas y me sacude mirar las consecuencias del (ciber)bullying. Entonces reconsidero, porque necesitamos practicar la empatía en todos los ámbitos posibles y, de acuerdo a mi experiencia, la lectura es una gran herramienta (una de tantas) para practicar la empatía y aprender a sentir compasión. Sin embargo, la lectura no sirve de nada si no abrimos el espacio para conversar sobre lo que nos hizo sentir o pensar o imaginar.

Finalmente, si están interesados en impulsar esta conversación, el 16 y 17 de mayo se llevará a cabo el II Seminario de Promotores de Lectura en la Ciudad de México (informes aquí). En el encuentro se tocarán temas sustanciales, como los niños y la lectura en familia, y habrá conferencias sobre las edades lectoras, la comprensión de la lectura, así como juegos y estrategias para despertar el interés de los niños.

@luzaenlinea

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