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El amor en tiempos del smartphone

A veces juego a imaginar cómo la tecnología cambiará nuestro cuerpo. Cuando veo que toda la gente a mi alrededor está encorvada sobre la pantalla del teléfono, imagino que terminaremos encerrados dentro de nuestras jorobas, que nuestros ojos serán incapaces de enfocar a media distnacia y que seremos personas discapacitadas para conversar. Esto que que para mí es una proyección imaginaria, para los científicos es un motivo para profundizar en la forma en que nos relacionamos.

El amor en los tiempos del smartphone
El amor en los tiempos del smartphone

La doctora en psicología social Barbara L. Fredrickson ha explorado profundamente y durante más de doce años la manera en que las relaciones y las emociones modifican nuestro cerebro y afectan la expresión de nuestros genes. En sus libros, conferencias y artículos, Fredrickson se ha enfocado en estudiar el impacto que las emociones positivas tienen en la salud.

La neuroplasticidad es la capacidad del sistema nervioso de ser moldeado por las experiencias de vida. La doctora Fredrickson ha demostrado que la plasticidad no sólo se limita al cerebro sino a todo nuestro organismo. Según sus investigaciones, los hábitos sociales dejan una huella en nuestra expresión genética y en nuestra salud en general. Por ejemplo: vivir pegados a una pantalla y evitar el contacto humano atrofia nuestra capacidad de conectarnos con los otros y con nosotros mismos, ya que nuestro sistema conectivo es como un músculo, si no lo usamos, lo perdemos.

Lo que la investigadora ha descubierto es que las emociones positivas son como la luz del sol para los lirios: abren nuestra conciencia, nos disponen a nuevas experiencias, borran prejuicios tan limitados como la raza o el estatus, nos permiten ver que no somos los únicos actores de la película y nos impulsan a cuidarnos unos a otros. Esto la llevó a buscar evidencias, indicadores corporales que explicaran cómo funciona ese mecanismo que ha llamado resonancia positiva.

Resonancia amorosa

En uno de sus experimentos, Fredrickson convocó a 200 obreros de una fábrica de coches en Detroit para llevar a cabo un entrenamiento de meditación durante seis semanas. A un grupo se le entrenó para realizar una práctica de mindfulness y al otro, una técnica de meditación muy antigua conocida como metta o meditación amorosa, que consiste en desarrollar ternura y calidez hacia uno mismo y hacia los otros.

Al cabo de seis semanas, descubrieron que los meditadores reportaron sentirse más vitales y socialmente conectados. Esto no sólo era una percepción psicológica sino que se vio reflejado en el ritmo del nervio vago, conocido médicamente como tono vagal. El nervio vago conecta principalmente al cerebro con el corazón y de manera secundaria con otros órganos. Digamos que es el puente que une mente y emociones. Anteriormente se pensaba que el tono del nervio vago (su frecuencia de transmisión de información) era invariable, como la estatura o la talla del pie en los adultos. Sin embargo, Fredrickson y su equipo se percataron de que la práctica sostenida de una meditación amorosa incrementaba y mejoraba el tono vagal. Esto repercutió directamente en la salud y el bienestar de los obreros, ya que entre más comunicación haya entre cerebro y corazón, el cuerpo aumenta sus conexiones y su capacidad de regular el sistema inmune, la glucosa, la inflamación.

Según los descubrimientos de Stephen Porges, citados por la investigadora, el nervio vago es responsable de ajustar nuestras expresiones faciales al estado de ánimo y de sintonizar nuestra voz a la de nuestro interlocutor. Al incrementar la función del nervio vago, logramos comunicarnos mejor, expresarnos, conectarnos con los demás y ser más empáticos. En otras palabras, dice Fredrickson, entre más sintonizado estás con otras personas, más saludable te vuelves, y viceversa. En cambio, la falta de contacto positivo, cercano y cálido nos lleva a un círculo vicioso de depresión y ansiedad donde la interacción con otros se ve como una amenaza.

Bienestar en conexión

La generación de emociones positivas, entonces, no parte de una programación mental sino de una práctica cotidiana de conexión. Por un lado: practicar una meditación que reconecte mente y corazón de manera amorosa estimula el nervio vago, que a su vez mejora la salud del organismo y nos pone en mejor disposición de convivir, ayudar y construir con otros. Por otro lado: es importante aumentar nuestro contacto presencial, cara a cara, voz con voz.

Fredrickson ha estudiado particularmente la función evolutiva de las sonrisas. Entre todos los gestos humanos, una sonrisa es lo que más llama nuestra atención. Cuando hacemos contacto con alguien que sonríe, imitamos esa sonrisa. Hay sonrisas dominantes, unas brillan, otras son falsas o genuinas. ¿Cómo sabemos diferenciar su intención? La investigadora muestra que ésta es una operación orgánica, simultánea e integral: cuando hacemos contacto visual, nuestras neuronas espejo imitan la sonrisa que vemos, nuestro sistema de percepción envía una señal intuitiva que podría traducirse como “¿qué se siente al sonreír así?”. Esa sensación experimentada en nuestro propio cuerpo nos revela si esa sonrisa es genuina, mentirosa, impostada, etc.

Si perdemos la habilidad de imitar, de encontrarnos, de practicar gestos, de sonreír con otros, también perderemos la posibilidad de descifrar intenciones. Como parte del reino animal, compartimos la habilidad de sincronizarnos a través de los gestos y así actuar colectivamente como especie en pro de la supervivencia. En el caso del ser humano, cuando actuamos en sintonía segregamos oxitocina, no sólo en momentos “cumbre” de nuestra vida sino en pequeños instantes de gozo y encuentro.

Finalmente, los adultos deberíamos preocuparnos más por la forma en que usamos la tecnología y las redes sociales, pues nuestro comportamiento deja huellas en la expresión genética de las generaciones presentes y futuras. Si perdemos la capacidad de ejercitar nuestro sistema conectivo interno, estaremos deshumanizándonos, así de sencillo. ¿Cómo evitarlo? Si el chat pasa de diez líneas, toma el teléfono y habla. Si pasas horas texteando, probablemente estás evadiendo tu necesidad de contacto humano. Recuerda que el impacto positivo que tiene una sonrisa frente a frente y la información emocional que transmite una voz son estímulos mucho más poderosos, reales y sólidos que varias horas de chat.

@luzaenlinea

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